viernes, 23 de mayo de 2008

Epifanía Uveda de Robledo












Traducción




Un caso al que no se refiere Umberto Eco en Dire quasi la stessa cosa. Esperienze di traduzione (Decir casi lo mismo, Lumen, 2008).

The End of the Tether, de Joseph Conrad; en España:
El cabo de la cuerda (Montaner y Simón, 1972)
Con la soga al cuello (Espasa Calpe, 2002 y 2008)
Situación límite (Fontamara, 1981; Navona, 2008)

martes, 20 de mayo de 2008

Tipógrafo

En Marzo de 1808, y cuando habían transcurrido cuatro meses desde que empecé a trabajar en el oficio de cajista, ya componía con mediana destreza, y ganaba tres reales por ciento de líneas en la imprenta del Diario de Madrid. No me parecía muy bien aplicada mi laboriosidad, ni de gran porvenir la carrera tipográfica; pues aunque toda ella estriba en el manejo de las letras, más tiene de embrutecedora que de instructiva. Así es, que sin dejar el trabajo ni aflojar mi persistente aplicación, buscaba con el pensamiento horizontes más lejanos y esfera más honrosa que aquella de nuestra limitada, oscura y sofocante imprenta.
Mi vida al principio era tan triste y tan uniforme como aquel oficio, que en sus rudimentos esclaviza la inteligencia sin entretenerla; pero cuando había adquirido alguna práctica en tan fastidiosa manipulación, mi espíritu aprendió a quedarse libre, mientras -6- las veinte y cinco letras, escapándose por entre mis dedos, pasaban de la caja al molde. Bastábame, pues, aquella libertad para soportar con paciencia la esclavitud del sótano en que trabajábamos, el fastidio de la composición, y las impertinencias de nuestro regente, un negro y tiznado cíclope, más propio de una herrería que de una imprenta.
Necesito explicarme mejor.

domingo, 18 de mayo de 2008

Ratón de biblioteca



Video en el que actúan Pere Gimferrrer (personaje de la novela en marcha de Andrés Trapiello) y Rodrigo Fresán alabando un
agradable libro menor.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Biblioteca


Biblioteca
















Padre viudo

Cuando mi padre se quedó solo, solía ocurrirme, durante mis visitas, que al ir al cuarto de baño terminaba fregando el lavabo, limpiando la jabonera y enjuagando el vaso del cepillo de dientes, antes de volver a sentarme en el salón. Se empeñaba en lavarse la ropa interior y los calcetines en el cuarto de baño, por no tener que desprenderse de los cuatro cuartos que le habría costado utilizar la lavadora-secadora del servicio de lavandería del sótano; cada vez que iba a verlo me encontraba con esas prendas grisáceas, en perchas de alambres que colgaban de la barra de la ducha y de los toalleros. El presumía de ir siempre impecablemente vestido, y siempre le encantó llevar alguna nueva chaqueta deportiva de muy buen corte, o algún terno Hickey-Freeman (especialmente si lo había comprado en rebajas); pero le había dado por ahorrar en cualquier cosa que no estuviese a la vista de los demás. Daba la impresión de que sus pijamas y sus pañuelos, igual que su ropa interior y sus calcetines, llevaban sin renovar desde la muerte de mi madre.
Cuando llegué a su piso aquella mañana –tras la imprevista visita a la tumba de mi madre-, lo primero que hice fue pedir perdón por el retraso y encerrarme en el cuarto de baño. Antes me había equivocado de salida en la autopista, y ahora, en el cuarto de baño, me tomaba unos cuantos minutos más, para ensayar por última vez el mejor modo de abordar el tumor que aquejaba a mi padre. Allí, delante de la taza del inodoro, sus prendas interiores colgaban a mi alrededor, como estos trapos que ponen los agricultores para espantar los pájaros.

domingo, 11 de mayo de 2008

Motivo

—¿Por qué ha abandonado a su mujer? —dijo.
—Porque comía gambas —dijo el forastero—. No podía… Era viernes, ¿comprende?, y pensé que al mediodía tendría que ir a la estación a recoger la canasta de las gambas y volver a casa con ellas, contando cien pasos para cambiar de mano, y que…
—¿Tiene que hacerlo todos los días? —preguntó la mujer.—No. Sólo los viernes. Pero llevo diez años haciéndolo, desde que nos casamos. Y todavía sigue sin gustarme el olor de las gambas. Llevar la canasta a casa no me importaría mucho. Lo malo es que gotea. Durante todo el camino gotea y gotea, hasta que al cabo de un rato me sigo a mí mismo a la estación y me paro a ver cómo Horace Benbow recoge la canasta del tren y echa a andar camino de casa, cambiando de mano cada cien pasos, y yo lo voy siguiendo, pensando «Aquí yace Horace Benbow en una serie de manchas malolientes que van desapareciendo poco a poco sobre una acera de Mississippi».

sábado, 10 de mayo de 2008

Debilidades

Soy un hombre melancólico. Se parece uno en eso a los funambulistas, a los domadores, a los enanos y demás paisanos de la nación circense. Como en los melancólicos, mi lengua es la ironía, y nada me consuela más de mi destino que ese lector que asegura haberse reído leyendo algo con lo que he escrito. Es bueno, me digo, que “el melancólico se mueva a risa”. Hay quienes piensan que el humor es una debilidad. Quién sabe. La vida de por sí, teniendo que acabarse, es la mayor de las debilidades.

jueves, 8 de mayo de 2008

De la mentira

Prohibiéndose también la mentira en el octavo precepto del Decálogo.
P. ¿Qué es mentira? R. Que es: Studiosa locutio contra mentem; porque el mentir es propiamente contra mentem ire. Por locución se entiende al presente cualquier manifestación de la mente, sea con palabras, señas, o acciones. P. ¿En qué se divide la mentira? R. Que comúnmente se divide en material tantum, en formal tantum, y en material y formal simul, según que ya queda dicho del falso testimonio. Divídese también la mentira según su propia esencia en ironía y jactancia. Ironía es: Dicere minora quam debet; como si uno calla de sí algunas cosas laudables. Jactancia es: Publicare de se majora quam habet. Uno y otro es mentira; bien que el decir de sí menos de lo que es, puede ser verdad y laudable, haciéndolo por no manifestar todo lo bueno que tiene. Véase S. Tom. 2. 2., q. 109, art. 4 y q. 110, art. 2.
Divídese también la mentira ex parte finis en jocosa oficiosa, y perniciosa. La jocosa se dice causa ludi. La oficiosa causa utilitatis, y la perniciosa causa nocendi alteri, o con daño propio o ajeno. A esta división se reducen las ocho que hace S. Agustín de la mentira libr. De mendac. cap. 14, porque toda mentira, o es jocosa, u oficiosa, o perniciosa.
P. ¿Es lo mismo decirle a uno que es falso lo que habla, que decirle que miente? R. Que no; porque puede uno decir falsedad sin culpa, pensando ser así lo que dice, o refiriendo lo que ha oído; pero mentir no puede hacerse sin culpa. Por esta causa el decirle a un religioso grave, o a otra persona de honor, que miente, es grave contumelia; mas no lo es el decirle, que es falso lo que dice; bien que hablar de este modo a un Prelado o Superior, sería una audacia reprehensible, y una mala crianza.
P. ¿Es pecado toda mentira formal? R. Que lo es; porque se opone a la verdad, y es intrínsecamente mala, sin que pueda prescindirse de su malicia. La cosa es indubitable, y así no nos detenemos más en comprobarla, como ni en responder a los argumentos que se suelen poner en contra. P. ¿Es toda mentira culpa grave? R. Que no; porque la mentira jocosa, u oficiosa no es culpa mortal, aunque la diga un religioso o un Obispo, a no causar grave escándalo. La perniciosa será grave, o leve, según fuere el daño que causare; y de esta mentira habla la Sagrada Escritura, cuando se dice en ella: Os quod mentitur occidit animam; y perdes omnoes, qui loquuntur mendacium, es a saber; de la mentira perniciosa grave. S. Tom. 2. 2., q. 110., art. 4., ad. 1.
P. ¿Qué es simulación? R. Que es: Quodam mendacium in exterioribus factis vel signis consistens. Se opone a la verdad, que manda se muestre uno en lo exterior, cual es en lo interior, como advierte S. Tom. 2. 2. , q. 111., art. 1. Es por lo mismo pecado, por ser lo mismo mentir con las palabras, que con las acciones, o señas. Y así el que se simula pobre, docto, o noble, para conseguir la limosna, el grado, o la dignidad, pecará según la gravedad de la materia. Mas aunque la simulación sea regularmente viciosa, se podrá usar de ella, interviniendo justa y honesta causa: y por eso es lícito, con ella, usar el hombre de vestido de mujer y al contrario.
P. ¿Qué es hipocresía? R. Que es: Simulatio seu fictio sanctitatis aut virtutis. No es siempre pecado grave, sino cuando es gravemente perniciosa, como queda dicho de la mentira; pero será siempre a lo menos culpa leve. No es crimen de hipocresía, el que aquellas que profesan estado de perfección, oculten algunos pecados en que cayeron, haciéndolo para evitar el escándalo; pues supuesto el pecado, antes es conveniente encubrirlo, para que el prójimo no se escandalice. Así lo advierte Sto. Tomás en el lugar citado, art. 2, ad. 2.

De la contumelia, susurración, irrisión, y maldición

P. ¿Qué es contumelia? R. Que es: de honoratio alicuius per verba, quibus id quod est contra honorem illius, deducitur in notitiam eius, et aliorum. No se requiere para contumelia, el que el defecto se propale a la presencia de otros, sino que basta se diga a la del contumeliado; aunque en el primer caso será más grave. Aunque primo et per se consista la contumelia en palabras, puede también hallarse en acciones injuriosas que cedan en desprecio del prójimo, como dándole una bofetada, o hiriéndole con una caña. Cuando se comete el deshonor echándole en cara defectos de culpa; como que es un ladrón, un adúltero &c. es contumelia. Si los defectos fueren naturales; como que es sordo, ciego, y semejantes, es convivio. Si fueren de indigencia, es improperio.
P. ¿Qué pecado es la contumelia? R. Que ex genere suo es culpa grave. Podrá ser venial por parvidad de materia, y también por parte de la intención del que la profiere, si no es su ánimo deshonrar con ella al prójimo. Por este motivo se excusan de culpa grave los padres, cuando llaman a sus hijos traviesos, burros, y les dicen otras palabras contumeliosas; y lo mismo decimos de las que profieren los muchachos, mujercillas, y hombres de la ínfima plebe unos contra otros; porque ni se da crédito a sus dichos, ni por ellos se ofende mucho el honor. Todas las contumelias son de una misma especie; si bien unas son más graves que otras conforme fuere mayor o menor la injuria que se haga al honor del prójimo.
P. ¿Debe el cristiano tolerar las contumelias, que se le hagan? R. Que sí; porque esta tolerancia es como carácter de la profesión cristiana. Debe pues el hombre cristiano estar pronto, si fuere necesario para su salvación, aunque sea para ofrecer la segunda mejilla, al que le hirió en la primera, como se lo previene su divino Maestro Jesucristo. Véase Sto. Tomás 2. 2. q. 72, art. 2, ad. 3. Rebatir una calumnia con otra en defensa del honor propio, es doctrina reprobada por la Iglesia, como ya dijimos en otra parte.
P. ¿Qué es susurración? R. Que es: verbum seminans inter amicos discordias. Se distingue en especie de la murmuración, y es más grave pecado que ella; porque quita bien diferente in esse moris, y más estimable, que el que quita esta, que es la amistad. Ex se son todas de una misma especie, por convenir en quitar un mismo bien. No obstante por razón del fin pueden contraer otra especie distinta. Es lícito algunas veces interrumpir la amistad de algunos, como si fuese nociva al que la interrumpe, u a otros. Disolver la amistad fundada en la virtud es absolutamente culpa grave. Disminuir la familiaridad continua, regularmente no pasa de leve. P. ¿Es lícito interrumpir o disolver la amistad de algunos, no con ánimo de hacerlos enemigos, sino para introducirse el que lo hace en la del Príncipe en lugar del expulso? R. Que aunque algunos lo tengan por lícito esto, y pudiera serlo algunas raras veces, por lo que mira a la práctica rara vez podrá serlo, si es que hay alguna que lo sea.
P. ¿Qué es irrisión? R. Que es: verborum ludus ex proximi defectibus, ut erubescat. Se distingue de la contumelia, que ofende en el honor: de la murmuración, que va contra la fama, y de la susurración, que se opone a la amistad; pues la irrisión se ordena a causar vergüenza y rubor al prójimo. De si es de una misma especie, aunque pueda incluir otros pecados especie distintos, oponiendose a otras virtudes; y asi será pecado gravísimo de blasfemia si fuere contra Dios; si contra los padres de impiedad. Hacer irrisión de la virtud es gravísima culpa contra la observancia, y muy perjudicial, por apartar al prójimo del bien obrar. La irrisión jocosa de algún mal leve, o no será culpa alguna, o no pasará de venial; pues puede usarse de ella para una honesta recreación, y el intentar se ruborize el prójimo algún tanto, sin que se le siga deshonor, ni se haga de él desprecio, no pasa de una honesta diversión. Véase a S. Tom. 2. 2. q. 75, art. 2.
P. ¿Es grave culpa dar en cara al prójimo con algunos leves defectos, si por ello se ha de turbar gravemente? R. Que aunque siempre nos debemos contener en hacer irrisión de otro, por no exponernos a faltar por ello alguna vez gravemente a la caridad, causándole grave tristeza, y por lo mismo han de considerarse las circunstancias: más absolutamente hablando, no habrá pecado grave en el caso propuesto, porque si el prójimo se entristece más de lo regular al oír sus leves defectos, más se debe atribuir a su fatuidad y necedad, que a la irrisión de sí leve.
P. ¿Qué es maldición? R. Que es: per quam pronuntiatur malum contra aliquem, optando, vel imprecando illud ex intentione. Es de su género culpa grave, como opuesta a la caridad. Puede ser pecado venial, o por ser leve el mal que se impreca, o por falta de perfecta deliberación. Mas no es suficiente señal, para inferir, que la maldición no fue formal, o que no se dijo con intención, el que luego se arrepienta el que la echó, o el que no quiera que tal cosa suceda, si de facto al proferirla prevaleció en su ánimo la pasión de la ira o venganza, como muchas veces acontece. Y así se han de tener por graves muchas de las maldiciones, que los maldicientes quieren excusar como leves; y que realmente no lo son.
P. ¿Qué se requiere para que la maldición sea culpa grave? R. Que según la común de los AA. ha de tener para serlo las tres condiciones siguientes; es a saber: que se diga con intención de que suceda el mal: que se eche con perfecta deliberación; y que el mal deseado sea grave. Los que las profieren movidos de ira, y por costumbre, pecan gravemente, aunque las digan sin perfecta deliberación; y así los Confesores han de reprehenderlos con toda severidad, y aun negarles o suspenderles la absolución. Véase el trat. 27.
P. ¿Es pecado maldecir a las criaturas irracionales? R. Que a lo menos es culpa venial; porque cuando no sean más, no dejan de ser palabras ociosas, señales de ira, y que muchas veces incluyen invocación del demonio con escándalo de los que las oyen. Si las dichas criaturas se maldicen en cuanto sirven a la criatura racional, serán culpa grave, según lo fuere la materia; como el maldecir al rebaño de Pedro, deseando que perezca. Si se maldijesen en cuanto son criaturas de Dios, sería pecado de blasfemia; como cuando dicen los rústicos: maldita sea el alma que te crió; bien que podrán excusarse de esta culpa, por no saber lo que se dicen, ni contra quién se irritan; pero los que ya han sido prevenidos de ello, apenas podrán tener excusa, sin en adelante no se contienen. Esto mismo se ha de decir de aquellos, que arrebatados del furor, se dan al diablo a sí mismos; pues los que muchas veces profieren tales expresiones, conciben en ello una grave deformidad, lo que basta para pecar mortalmente.
Es verdad que maldecir a las criaturas irracionales en cuanto nos son ocasión de pecado, y en detestación de este no es culpa alguna. En este sentido pueden entenderse las maldiciones del Santo Job contra la noche en que fue concebido, y el día en que nació; y las de David contra los monjes de Gelboe. Exceptuando estos casos nunca es lícito maldecir, ni al diablo mismo, sino en cuanto nos irrita o mueve al pecado. S. Tom. 2. 2., q. 76, art. 1 y 2.
P. ¿Son todas las maldiciones de una misma especie? R. Que lo son, cuando se impreca el mal en común; como diciendo; maldito seas; mal te suceda. Pero si la maldición incluye deseo, se distinguirá en especie, según sea el mal deseado; y así las maldiciones contra la vida, salud, honra, fama, o bienes de fortuna se distinguen en especie, como los males imprecados.

viernes, 2 de mayo de 2008

Elogio de la ociosidad

El celo extremado, trátese de la escuela o del colegio, de la iglesia o del mercado, es síntoma de deficiente vitalidad; y una capacidad para el ocio implica un apetito universal y un fuerte sentimiento de identidad personal. Hay un buen número de muertos-vivos, gentes gastadas, apenas conscientes de que están vivos, salvo por el ejercicio que les demanda una ocupación convencional. Lléveselos al campo, o embárqueselos, y se los verá cómo claman por su escritorio o sus estudios. Carecen de curiosidad; no pueden abandonarse a los excitantes imprevistos; y no derivan ningún placer en el ejercicio de sus facultades como tales; y a menos que la necesidad los espolee, no se moverán de su lugar; no vale la pena hablar con esta gente: no pueden estar ociosos, su naturaleza no es lo suficientemente generosa; y pasan aquellas horas que no dedican furiosamente a hacer dinero, en un estado de coma. Cuando no tienen que ir a la oficina, cuando no están hambrientos o sedientos, el mundo que respiran alrededor suyo está vacío. Si deben esperar una hora el tren, caen en un estúpido trance con los ojos abiertos. Al verlos, uno supone que no hay nada que mirar en el mundo, ni nadie con quién hablar. Se creerá que sufren de parálisis o de enajenación; y, sin embargo, se trata de gentes que trabajan duro en sus oficios, y que tienen una mirada rápida para descubrir un error en la escritura o un cambio en la bolsa. Han estado en el colegio y en la universidad, pero siempre han tenido los ojos fijos en las medallas; han recorrido el mundo y han tratado con gente de mérito, pero todo el tiempo han estado sumidos en sus propios asuntos. Como si el alma humana no fuera de por sí suficientemente pequeña, han empequeñecido y es­trechado las suyas, mediante una vida dedicada al trabajo y carente en absoluto de juego. Al llegar a los cuarenta, ahí los tenemos, con una atención distraída, la mente vacía de toda diversión, y ningún pensa­miento qué frotar con otro mientras esperan el tren. Antes de "echarse los pantalones largos", hubieran trepado a los vagones; a los veinte, seguramente habrían mirado a las muchachas; pero ahora la pipa se ha consumido, el rapé se agotó, y mi hombre se halla tieso sentado en una silla, con ojos lastimosos. Esta forma de éxito no me parece atractiva en lo más mínimo.

jueves, 1 de mayo de 2008

Inversiones

En el entierro se perdió el ataúd. Con la pala se apresuraron a meter a los deudos en la tumba. De repente, el muerto salió de la emboscada y echó un puñado de tierra en la tumba de cada uno.

Se apagaron las luces, la ciudad estaba envuelta en la oscuridad. Los criminales tuvieron miedo y llamaron a la policía que viniera corriendo.

El perro le quitó el bozal a su amo, pero lo llevaba de la correa.

En un anuncio luminoso las letras cambiaron de sitio y advirtieron de los peligros del producto que antes ponderaban.

El gato le colgó sus garras al ratón y lo mandó a correr mundo.