domingo, 11 de mayo de 2008

Motivo

—¿Por qué ha abandonado a su mujer? —dijo.
—Porque comía gambas —dijo el forastero—. No podía… Era viernes, ¿comprende?, y pensé que al mediodía tendría que ir a la estación a recoger la canasta de las gambas y volver a casa con ellas, contando cien pasos para cambiar de mano, y que…
—¿Tiene que hacerlo todos los días? —preguntó la mujer.—No. Sólo los viernes. Pero llevo diez años haciéndolo, desde que nos casamos. Y todavía sigue sin gustarme el olor de las gambas. Llevar la canasta a casa no me importaría mucho. Lo malo es que gotea. Durante todo el camino gotea y gotea, hasta que al cabo de un rato me sigo a mí mismo a la estación y me paro a ver cómo Horace Benbow recoge la canasta del tren y echa a andar camino de casa, cambiando de mano cada cien pasos, y yo lo voy siguiendo, pensando «Aquí yace Horace Benbow en una serie de manchas malolientes que van desapareciendo poco a poco sobre una acera de Mississippi».

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