Soy un hombre melancólico. Se parece uno en eso a los funambulistas, a los domadores, a los enanos y demás paisanos de la nación circense. Como en los melancólicos, mi lengua es la ironía, y nada me consuela más de mi destino que ese lector que asegura haberse reído leyendo algo con lo que he escrito. Es bueno, me digo, que “el melancólico se mueva a risa”. Hay quienes piensan que el humor es una debilidad. Quién sabe. La vida de por sí, teniendo que acabarse, es la mayor de las debilidades.
sábado, 10 de mayo de 2008
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