domingo, 20 de abril de 2008

Retrato

Incluso físicamente tendía a escabullirse, a desaparecer, a borrarse. Malnate y yo nos sentábamos generalmente frente a frente, en el centro de la estancia, uno en el diván y el otro en uno de los dos sillones, con la mesita en medio y estando bien iluminados los dos; y una vez sentados, no nos levantábamos, prácticamente, más que para entrar en el cuarto de baño contiguo al dormitorio o para ir a mirar el estado del tiempo a través de los cristales del ancho ventanal horizontal que daba al parque. Alberto, por el contrario, prefería permaneces allá abajo, en el fondo, protegido por la doble barricada del escritorio y del tablero de dibujo. Más a menudo, sin embargo, le veíamos rondar de uno a otro lado por la habitación, de puntillas y con los codos apretados al cuerpo. Cambiaba uno tras otro los discos de la radiogramola, procurando siempre que el volumen del sonido no cubriese nuestras voces; vigilaba los ceniceros, cuidando de vaciarlos en el cuarto de baño, cuando estaban llenos; regulaba la intensidad de las luces indirectas; preguntaba en voz baja si queríamos un poco más de té, o rectificaba la posición de tal o cual objeto. Tenía el aspecto atareado y discreto de dueño de casa preocupado únicamente por una cosa: que los importante cerebros de los huéspedes tengan latitud de funcionar en las mejores condiciones de ambiente posibles.

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