miércoles, 11 de junio de 2008

Despedida

El silencio en el momento de la ejecución y el que siguió después, un silencio sólo subrayado por el golpe regular del agua contra el casco o el aleteo de la vela, debido a que los ojos del timonel se habían desviado hacia otra parte, este enfático silencio se vio gradualmente interrumpido por un sonido difícil de describir con palabras. Quienquiera que haya oído la avenida de un torrente crecido repentinamente por las lluvias en las montañas tropicales, en chaparrones no por los llanos; quienquiera que haya escuchado el primer murmullo sordo de su enlodado avance a través de los bosques escarpados, puede formarse alguna idea de lo que fue el sonido que entonces se oyó. La aparente lejanía de su punto de origen se debió a que era un murmullo no distinguible claramente, pues provenía de muy cerca, incluso de los hombres apretujados en la cubierta del barco. Por ser inarticulado, su significado resultaba dudoso y parecía indicar alguna caprichosa agitación repentina del pensamiento o el sentimiento, como las que manifiestan las turbas en tierra. En el caso actual, quizás implicara una malhumorada revocación de parte de los marineros de su involuntario eco a la bendición de Billy. Pero antes de que el murmullo tuviera tiempo para transformarse en clamor, le salió al paso una orden estratégica, más elocuente por llegar con inesperada brusquedad:

-Dé orden de descanso a la guardia de estribor, contramaestre, y preocúpese de que se vayan.
(…)
Todo el procedimiento que sigue a una sentencia de muerte dictada a bordo por un consejo de guerra se caracteriza por una imperceptible prontitud rayana en el apuro. La hamaca, la que había sido de Billy en vida, ya había sido lastrada con municiones y preparada para servirle de ataúd de tela. Rápidamente quedaron completados los últimos oficios de los encargados de los funerales en el mar: los ayudantes del velero.
Cuando todo estuvo dispuesto, se hizo una segunda llamada a la tripulación, necesaria por el movimiento estratégico antes mencionado, para que presenciara el funeral.
No es preciso dar detalles de esta formalidad final. Pero cuando la plancha inclinada dejó deslizar su carga al mar, se escuchó un segundo y extraño murmullo humano, mezclado esta vez con otro sonido inarticulado proveniente de algunas grandes aves marinas, cuya atención había sido atraída por la peculiar conmoción de las aguas debido a la pesada y angulada zambullida de la lastrada hamaca en el mar, que volaron chillando hacia ese punto. Se acercaron tanto al casco que se pudo oír el huesudo y estridente crujido de sus finas alas biarticuladas. Y cuando el barco se alejó, impulsado por el viento suave, dejando el lugar de la sepultura a popa, siguieron girando en círculos muy bajos, con la sombra móvil de sus alas extendidas y el estruendoso réquiem de sus graznidos.

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